las sillas de piedra talladas en el abismo,
y a lo lejos el sol y la gran montaña.
Hacia abajo estaba el precipicio,
la curva donde un día estuve muerto.
Alcé la mirada y reconocí el paisaje.
No importaba que fuera la primera vez
Hay lugares de los que nunca nos marchamos.
La muerte no es más que un paso,
queda el aire de nuestra presencia,
la sombra de unas manos lejanas,
el fondo abisal de la mirada.
Allí me quedé otra vez para siempre.