Le avisaban las manos frías.
Se tocaba las yemas de los dedos
y buscaba un papel y una pluma
para sentarse un momento.
No sabía qué iba a escribir.
Las manos heladas
casi siempre presagian versos.
Buscaba el sosiego,
el trazo de unas letras
que le abrigaran
y que calentaran sus manos
como aquellos guantes de lana
que le había regalado su madre
antes de despedirse.
También le dijo que escribiera siempre
que necesitara un abrazo.