Siempre estás en la salida.
Avanzas, caminas,
incluso a veces crees que corres,
y de nuevo te despiertas
y tienes que inventar la meta.
Unas veces vas de la mano,
y besas y abrazas por las calles,
y otras paseas solitario
buscándote
en el reflejo de los charcos.
Y todo está bien
siempre que no te detengas.
Si te detienes se acaba la partida.
Tampoco sabes hacia dónde te diriges,
o lo sabes luego cuando llegas
y miras hacia atrás
como quien reconoce
un mapa con los trazos de sí mismo.