El lagarto de papada azul
me mira mientras escribo
la palabra saurio,
se queda quieto, inmóvil,
como si se detuviera
en una esquina del tiempo.
No conoce el trazo de mis letras,
pero sí la sombra de mi mano,
el reflejo de la noche
y esta sutil,
casi efímera presencia,
entre las palmeras y el viento
que hace temblar
las flores de la jacaranda.
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